Informe inacabado
10.02.2010 12:35
Desde que llegué al barrio no paré de localizar a todos sus habitantes y de detallar sus características en mi base de datos. Ese era el encargo.
Fue al cuarto día cuando me tope con ese personaje. El que me provocaría tanta reflexión.
Parecía ajeno a la actividad que se desenvolvía en torno a él y, por otra parte, a él, los parroquianos tampoco parecían prestarle mucha atención. La verdad es que no se entrometía en nada, ni molestaba a nadie. Casi transparente, se sentaba todos los días, sobre la nueve, en el mismo lugar; el tercer banco de piedra empezando a contar desde la panadería, justo enfrente de la cola del paro que se formaba a esas horas en la entrada de la oficina de empleo. Es decir, elegía el lado tranquilo y soleado de la calle.
Completamente impermeable a la problemática laboral de sus vecinos, su mirada acuosa y transparente obviaba los preocupados semblantes que, a paso lento, se arrastraban por la acera de enfrente. Casi siempre se recostaba sobre el respaldo y ahí permanecía adormilado hasta que inesperadamente realizaba algunos estiramientos. Uno en especial me gustaba mucho, era como si dejara que le inflasen la columna vertebral desde su base hasta que ésta adquiría una forma arqueada. Parecía que ese movimiento le satisfacía especialmente.
Yo no solía hablar con nadie, me limitaba a observar, describir, valorar... El trabajo, es el trabajo. Pero al sexto día la curiosidad me venció y decidí plantearle algunas cuestiones al curioso personaje. Fue inútil; no quiso hablar conmigo. Ni siquiera se dignó devolverme el “buenos días”. Se me ocurrió entonces que la panadera podría ayudarme, puesto que ya lo debía tener muy visto. Con sorpresa en el rostro, ella me preguntó si me refería al “gato de la cola blanca”. Entonces me quedé sin respuesta, pero sentí que una luz comprensiva se abría en mi mente... “Ya...”, le contesté finalmente, tras acabar de procesar la nueva información, y salí enfadado a recriminarle, al necesariamente felino, su actitud. Aquel "gato" no tenía ningún derecho a haberme hecho perder tanto tiempo de observación pues no se encontraba en el campo de objetivos que se me había asignado. Así que estirándole de aquella “cola blanca” quise despertarlo para darle a conocer lo mucho que me molestaba su atípica forma de proceder. Aquello no debió de gustarle pues con increíble velocidad, sorpresivamente, me arañó el brazo izquierdo haciendo que brotaran con fuerza mis babas interiores; que verdes, radiantes y vitales, crearon un resplandeciente charco a mi alrededor.
La cosa no habría ido a más, no era grave... Sé bien como manejarme ante estas pequeñas heridas. Pero algo debió de sorprender mucho a la gente de la fila, pues se me aproximaron con caras descompuestas señalando mi brazo y el luminoso charco verde.
Fue justo en ese momento cuando sintonicé nítida la orden de proceder a huida veloz inmediata.
Por nada de la nebulosa aceptaría nuevas misiones en la Tierra… Demasiados imprevistos para mí. Así lo he hecho constar en el informe.