Cuestión de dimensiones

26.08.2010 22:18

 

Me encantaba contemplar los fondos marinos de la cala y luego, al emerger, admirar el mundo exterior. El mundo de los espacios infinitos, el aire y la luz.

Aquella mañana, las aguas se habían despertado turbias. Siempre sucedía lo mismo tras los días de mar de fondo. Aun así, pasé muchísimo tiempo con la cabeza por ahí abajo; husmeando cambios, sucesos, novedades, entre los pequeños visitantes. Pero, como siempre, lo que más me cautivó fueron los juegos de luces y sombras  bailando sobre la rocosa alfombra que se extendía, por la izquierda, hacia los bancales de arena y, por la derecha, hacia la inmensa pradera de posidonia.

Al fin, cuando me noté un poco cansado y hambriento, busqué mi rincón favorito dispuesto a descansar y probar bocado. Me encanta especialmente ese lugar porque forma una especie de bañera natural que te permite reposar cómodamente, sin perder el frescor de la aguas. Fue en ese momento cuando la atmósfera cargada del día captó mi atención; una calima impresionante yacía sobre la superficie de la bahía y apenas permitía distinguir las siluetas del brazo terrestre que cerraba los límites de la visión. Sin duda era obra de la potentísima ola de calor que sufríamos.

Por unos instantes me sentí invadido de felicidad. Era muy afortunado de no tener otra cosa que hacer que buscar siempre el goce inmediato de mis sentidos. Ahora, me tocaba disfrutar de aquel espectáculo y lo hice como más me gustaba: con la vista medio sumergida para plantarme gozoso ante ese mundo dividido en dos: La mitad aérea, tejida por una sinfonía de turquesas algodonados y la mitad marina atesorando azules ultramar y verdes esmeralda.

Fue en ese momento de relajada paz cuando me pareció ver un puntito lejano sobre la superficie del mar.  Aunque la impresión óptica me llegaba desde tan lejos y tan difusa que me hacía dudar de si era realmente algo o no. Sin embargo, al cabo de unos minutos, yo seguía allí, en el mismo sitio, y ya no tuve dudas: sí era algo. Se trataba de una persona. Un nadador.

Me asombró muchísimo que pudiera llegar nadando desde tan lejos, sin parar. Su ritmo era potentísimo, debía ser un atleta muy preparado. Ya no pude apartar mis ojos de él, pues jamás había visto nada igual, hasta que alcanzó el umbral de la pequeña cala. Entonces pude apreciar mejor; su bañador tenía dos piezas. Así que no se trataba de un él, sino de una ella. Y esa ella era realmente enorme.

Al poco, me sorprendí de nuevo al comprobar como, sin dejar de nadar un solo instante, no se dirigía hacia la playa sino hacia las rocas; justo hacia el lugar desde el que yo la contemplaba. Justo hacia mí… Y la palabra enorme se le quedaba corta, era gigantesca. Yo creo que le debía sacar dos cabezas a las mujeres de esta región.

Finalmente llegó ante unas viejas y oxidadas escaleras, trepó por ellas y de inmediato, al ponerse de pie, extendió los musculosos brazos y se puso a realizar diferentes estiramientos. No pareció reparar en mi presencia y eso me tranquilizó. Así que seguí contemplando absorto como aquellas enormes extremidades exploraban dinámicas las diferentes posibilidades que el gigantesco cuerpo permitía.

Sin embargo, inesperadamente, se flexionó hacia delante hasta que las puntitas castañas de su corta melena rozaron el suelo. Entonces su vista y la mía inevitablemente se cruzaron...

El susto que me llevé fue inmenso. Se irguió rápidamente  para enseguida ponerse de cuclillas e intentar cogerme con aquellas manazas… Menos mal que soy un tipo de reflejos rápidos  y alcancé a meterme a toda velocidad en el agujero más cercano… Creo que fueron los nerviosos aspavientos de mis fuertes pinzas las que la disuadieron de continuar en su intento… Aunque, si lo pienso, no creo que tuviera malas intenciones ¡Había tanta ternura en su mirada!

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Miguel Cabeza