La niña y la Luna
18.07.2008 23:25
La niña se enfrenta a
La niña disimula, esconde la ira y las lágrimas y ahora finge humildad. Por favor, tú puedes devolverme a mi padre: Hola luna, hola Luna, hola Luna…
Los minutos de espera pasan como vidas y la criatura siente como crece y envejece veloz a la vez que se hunde en un pozo sin fondo. Allí sólo hay silencio sólido. Oscuridad pétrea.
Ni siquiera grita pidiendo ayuda. Nada le interesará sin su papá.
Cuando los trabajadores municipales la encuentran ya hace mucho tiempo que es cadáver. Un pequeño cadáver acurrucado. Un pequeño cadáver acariciado por los restos de un trajecito blanco con florecillas azules.
La policía traslada los restos al médico forense. Éste es un hombre meticuloso y costumbrado a interpretar las estelas materiales de la vida. Pero a pesar de las rutinas y las experiencias acumuladas, cuando se inclina sobre los restos de la niña se estremece, ¡Dios mío, qué desgracia! No puede imaginarse cómo podría él vivir si a su hijita le pasara algo… Se arma de fuerza y empieza su trabajo.
Qué extraña corriente de aire frío recorre la sala. Levanta la mirada, otea y comprueba que todo está cerrado. Se da cuenta entonces que el aire parece provenir del enorme cuadro de la pared. Representa a dos científicos con bata blanca inclinados sobre una mesa en la que se encuentran las probetas que manipulan. La decoración permite deducir que se trata de un espacio acondicionado dentro de la propia casa familiar y no de un laboratorio. De espaldas, en segundo plano de la escena, se halla una niña sentadita en el suelo. Juega solitaria con su muñeca. Completamente ajena a las investigaciones de los adultos.
El forense se siente irremediablemente atraído por el cuadro. Se acerca a éste y siente la corriente gélida que le llega desde la pintura. La nena tendrá la edad de su propia hijita, cinco o seis añitos... Entonces las imágenes parecen tomar vida y él cree reconocer su voz: "papi ten cuidado con mis huesecitos. No vaya a ser que se te rompan…"
Despavorido sale gritando, baja a peligrosos saltos las escaleras del centro hospitalario, enciende el coche y recorre alocado los diez quilómetros que le separan de la casa de la abuela… Allí la encuentra en el jardín interior, acurrucada y llorando descompuesta, con su muñeca y su trajecito de florecillas azules... Y la nena al alzar el rostro y verle estalla de alegría:
- ¡Papi, papi! ¡Estás vivo! Luisito me había dicho que habías muerto… Yo le pedía a