Dorita y Dorita

09.02.2010 21:08

 

Cuando Dorita salió aquella mañana de su casa camino de la iglesia debían de ser las once menos cinco. O sea, tenía el tiempo justo.

Al llegar al primer cruce de calles, Dorita se paró un instante y dudó: “¿Qué tal si en vez de ir directamente a la iglesia, antes me paso un momento por el quiosco, para comprobar si ya ha llegado mi revista?”. La pregunta le sorprendió pues ella nunca improvisaba y, de inmediato, no supo que responderse. Así, el instante otorgado a la duda se cargó de un tiempo extra durante el que se columpió confusa sobre las dos opciones: “ O llegar pronto a la iglesia o satisfacer la ilusión de comprobar la llegada de su revista”.

No sabemos, de momento, qué decisión tomó, pero lo cierto es que, seis minutos más tarde, Dorita estaba esperando en la puerta del templo, junto con otros feligreses, la llegada del párroco, Mossèn Thomàs; que se estaba retrasando.

Fue entonces cuando vio llegar a una joven increíblemente parecida a ella, y vestida como ella… Pero con una revista bajo el brazo. Estremecida, le pareció que la recién llegada también experimentó sus mismas emociones en el momento en que se encontraron .

Sin tiempo a verbalizar su extrañeza, escuchó decir a la recién llegada casi lo mismo que ella estaba a punto de expresar:

-¡Hola! ¡Que sorpresa! ¡Te pareces muchísimo a mí! ¿No te resulta increíble tanto parecido?

-Pues sí. Se me ha helado el corazón al verte. ¿De dónde sales? Yo vivo en esta misma calle en el número 40. Mi nombre es Dorita…

 

-¡Qué! – exclamó Dorita atónita-. ¡Ese es mi nombre y en esa casa vivo yo!

-¡No! ¡Por Dios! ¿Qué estás diciendo? ¿Qué chifladura es ésta?

Mientras las dos Doritas iniciaban su discusión, la gente fue entrando en la pequeña Iglesia. Cuando los conocidos pasaban, ninguno interrumpía. Por una parte, no querían llegar tarde y, por otra, no se atrevían a inmiscuirse en aquella extraña conversación, a todas luces, agria  y acalorada. Eso sí, todos pensaban lo mismo: ¡Qué raro, Dorita nunca me había dicho que tenía una hermana gemela!

Y es que la verdad era que el parecido resultaba extremo. Extremo hasta el punto de que como alguien comentó más tarde, la única diferencia entre ellas era que una tenía una revista debajo del brazo y la otra no.

Al cabo de un rato, asustadas y exhaustas, las dos Doritas pensaron lo mismo: “Lo mejor será que Mossèn nos aclare qué está pasando. Él es un hombre de Dios y esto parece cosa del diablo”.

Así que, juntas, sentadas en silencio sobre los bancos de piedra de la entrada, mirando al cielo e implorándole, esperaron a que Mossèn acabara su trabajo.

Cuando éste terminó, salió rápidamente. Tenía que llegar a tiempo de oficiar una boda en el pueblo de al lado. Pero las dos Doritas le asaltaron a dúo febril, parándolo en seco.

-¡Mossèn! ¡Mossèn! -Repitieron a coro-. El diablo ha entrado en nuestras vidas. Díganos, por favor, quién es la Dorita verdadera y de qué mundo sale la impostora.

El mossèn las miró desconcertado. Pero a este hombre, cuya sabiduría le venía más de su curiosa vida que de la Iglesia, tampoco se le escapó el detalle de la revista bajo el brazo de una de las dos Doritas, así que le preguntó a la Dorita que lo llevaba…

-¿Cuándo compraste la revista?

-Al salir de casa, camino de la Iglesia. Decidí, tras dudarlo unos instantes, pararme un momento en el quiosco, puesto que estoy subscrita…

Y a continuación el mossèn le preguntó a la otra Dorita:

-Y tú ¿También estás subscrita?

-Sí, le respondió ella - Si cabe, aún más desconcertada y estremecida-.

-¿Y por qué no fuiste a recoger  tu semanario, como ella? –preguntó de nuevo, el sacerdote-.

-Pues… Tenía miedo de llegar tarde a la Iglesia – le contestó-. Pero he de decir que, curiosamente, yo también dudé…

Mossen, entonces, las miró a las dos con mirada profunda y les dijo: “Escuchad, aquí no hay tiempo que perder, ni explicaciones que dar, puesto que aún no estáis maduras para oírlas. Así que simplemente haced a ciegas lo que yo ahora os diré. Primero, volved cada una sobre vuestros pasos hasta que os encontréis en el primer cruce de calles, entre vuestra casa y la Iglesia. Justo en el lugar donde os asaltó la duda. A continuación, juntas allí, cerrad los ojos y gritad en voz alta: “Dios mío, nada hay más insensato que quedarse a dudar más de la cuenta en un cruce de caminos, muéstranos el rumbo de nuestra luz”.

Y añadió: “Hacedlo así y tened fe en que todo se arreglará… Bueno. Ahora tengo prisa. Adiós”.

Inmediatamente, las dos Doritas, con intención de cumplir con el mandato del cura, desandaron, cada una por su lado, el camino antes recorrido y, a los pocos minutos, se encontraron de nuevo en el cruce de caminos. En aquel punto donde, hacía ya casi una hora, habían dudado. Se miraron unos instantes… Pero, ahora, amorosamente. Con la mirada tierna y resignada de los que van a despedirse para siempre del nuevo amigo al que ya no se podrá conocer más profundamente.

Fue entonces cuando, inesperadamente, una Dorita le dijo a la otra:

-Espera. Estamos solas en esta vida ¿Por qué no compartir nuestro destino? ¿Por qué no vivir juntas para siempre en vez de hacernos desaparecer la una a la otra?”.

Y la otra le respondió:

-Sí. Creo que justo eso es lo que estaba pensando. Pero mejor que nadie se entere. No estemos perpetuamente en boca de todos. Tal vez la gente no podría entender que nos hubiésemos conocido por haber dudado en un cruce de caminos... creo que realizar un largo viaje y vivir en otros lugares podrá ser bueno para nosotras… ¿No te parece? ¡Tenemos tantas cosas de qué hablar y tanto por compartir!

Dorita y Dorita dieron, entonces, sin más, un paso atrás y giraron sobre sus pies para poder volver a casa, olvidándose felices de seguir  las indicaciones de Mossèn, pues en ese momento ya sabían, a ciencia cierta, que vivir con dudas algún tiempo puede ser enloquecedor, pero también puede resultar tremendamente enriquecedor.

… Y hoy ya no hay quien recuerde que un día le pareció ver a Dorita discutiendo acaloradamente con una hermana gemela. Lo que sí sigue extrañando a la gente de este pueblo es por qué nunca se volvió a saber de Dorita.

 

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Miguel Cabeza