Vidas anteriores. Noma
17.06.2020 12:31
Hay momentos en la vida en los que nos sentimos especialmente perdidos y yo atravesaba unos de esos momentos. Estaba iniciando una relación sentimental nueva tras la ruptura inesperada con mi anterior pareja, con quien prácticamente había convivido desde mi primera juventud. A la vez, mi padre había elegido ese preciso momento para morir, dejándome un profundo vacío y, para colmo, en el trabajo me sentía en crisis y a punto de tirar la toalla…
En momentos así, todos buscamos ayuda. Los amigos, la familia, los viajes… Y también, por muy racionales que nos sintamos, recurrimos muchas veces a las “orientaciones del más allá”. Yo, así lo hice. Confiado en mi propia capacidad para discriminar y valorar experiencias, visité a adivinas, a maestras espirituales, echadoras de tarot. Siempre eran mujeres. Igualmente encargué dos cartas astrales con horas consecutivas, pues no estaba muy seguro del momento exacto de mi nacimiento. Inseguridad acrecentada por el hecho de haber llegado a este mundo en una ciudad del norte de África de la que desconocía el tiempo oficial regente en aquella época.
Como resultado de todo este proceso de búsqueda esotérica, se me llenó la cabeza y el corazón de un embrollo de sugerencias, orientaciones, dictámenes… Tan interesantes unos, como absurdos otros… Pero yo no conseguía avanzar, salir del pozo. Al contrario, cada vez me hallaba más inmerso en mi desesperanzada tristeza interior. Aunque cierto es que no dejaba de ocultar a los demás, con éxito, mi verdadero estado. Especialmente a mis pequeños hijos y a mi nueva pareja.
Fue en uno de aquellos días cuando alguien me habló de una afamada psicoanalista argentina que estaba a punto de poner en marcha una experiencia de psicoanálisis grupal y, ni corto ni perezoso, también opté por abrirme a esa experiencia. Sin embargo, los meses pasaron sin que yo sintiera el avance de la claridad y un buen día comprendí que, aunque respetaba a esa mujer y al grupo de trabajo, ahí no tenía nada que hacer. Así que opté por dejar la terapia.
Recuerdo que fue justamente la noche de mi despedida del grupo cuando Silvia, una de las compañeras de terapia, me planteó a la salida, mientras recorríamos lentamente las callejuelas próximas al local donde realizábamos las sesiones: “Guillermo ¿por qué no pruebas con el “Rebirthing”?”.
Ante mi cara de interrogación, me aclaró de qué se trataba eso de lo que me quería hablar, puesto que a mí no me decía nada aquella palabra inglesa. “Mira, se trata de hacerte revivir vidas anteriores…. A mí me ayudó”.
La verdad es que cuando le oí darme esa explicación se me pusieron los pelos de punta. Lo último que me faltaba por escuchar, la recuperación de la memoria de mis supuestas vidas anteriores. Pero, en fin, habiendo probado ya tantas vías de ayuda poco racionales, por qué no una más. Le pregunté, sin quererle dar más vueltas, si me recomendaba a alguien y me dio la dirección y el teléfono de Noma Nuño…
No volví a pensar en el tema. Poco a poco la primavera se estiraba y también parecía que el solecito se iba abriendo camino en mi interior. Pero una tarde, al salir de un curso de formación, tuve un gran disgusto. Había dejado a la vista, en el coche, lo único que me había quedado de mi padre: un grueso chaquetón marino de oscuro azul prusia que aunque me venía un poco justo, pues yo era más alto y corpulento que él, lo llevaba con todo el amor y el orgullo del mundo… Sentí como si mi padre volviese a morir al encontrar la puerta del conductor abierta y comprobar el robo de esa prenda. Fue tremendo el desconsuelo que sentí.
Al llegar a casa me desplomé sobre mi balancín de lectura y cerré los ojos intentando buscar calma en mi interior. Y no la hallé, pero, sin embargo, tomé conciencia de que en mi cabeza latían, como golpes de pico en una oscura mina, las sílabas de dos palabras unidas: “no-ma-nu-ño-no-ma-nu-ño-no-ma-nu-ño…” Me puse entonces de nuevo en pie, busqué su número y la llamé… Quedamos para el miércoles a las siete de la tarde.
Resultó que Noma tenía su espacio de trabajo muy cerca de mi casa, entre la zona del ensanche y el matadero. Recuerdo que cuando vi la fachada de su casa pensé “qué bonitas son las antiguas casas de marés de este barrio, pero qué húmedas y frías”. Demasiado bien lo sabía, la mía era similar. Ella, como yo, vivía en un tercer piso sin ascensor. La escalera estaba apenas iluminada y, desde los resquicios de una de las puertas del segundo, emanaba un inequívoco olor a sardina frita que tuvo la virtud de limpiar de mi mente las dudas de última hora y, también, la virtud de hacerme subir brincando los últimos tramos.
Al llegar frente a su puerta, permanecí un instante quieto, respirando profundo, a la espera de que cesara el inoportuno jadeo. No quería proyectar una imagen excitada.
El hombre de cabello oxigenado e insanas ojeras azuladas, que me abrió la puerta, parecía estar avisado de mi llegada y con una sonrisa amable pero impostada, me dijo “Pasa. Es la habitación del fondo del pasillo, mi mujer ya te espera”. Le di las gracias y al adentrarme me llamó la atención el que él trabajase en una habitación contigua, junto a la entrada. En encuadernaciones artesanas; me pareció…
Tras un tímido “toc, toc” en la puerta entreabierta de su sala de trabajo, ésta se acabó de abrir y allí me encontré con ella, con Noma. Mi primera sensación fue la de entrar en un prostíbulo barato. De hecho me vino a la cabeza el recuerdo de la única vez en mi vida en que, tras una colosal borrachera de juventud, había visitado un antro de la calle Socorro. La habitación donde Noma me haría retomar vidas anteriores estaba apenas iluminada por una débil luz anaranjada. Era amplia y sobria y, desde las baldosas de las vacías esquinas, algunas velas diminutas, que quizás coincidían con los puntos cardinales, ayudaban a agrietar tímidamente las tinieblas.
Noma me ayudó a quitarme la chaqueta y me ordenó, amablemente, que me sentara en un diván frente a ella. Entonces empezó a mirarme fijamente, pero sin decirme nada, y yo notaba como me iba subiendo un estado de inquietud a la vez que se me iba erizando la piel. Al fin, rompió el tenso silencio y, con una voz dulce y grave, me dijo: “Ya sabes a qué has venido. Así que sólo tienes que confiar en mí y hacer lo que yo te diga. Primero, te voy a ayudar a que te relajes y, luego, vas a respirar sin apartar tu vista de la mía. Irás variando el tipo de respiración según yo te vaya indicando. No tengas miedo. Confía en mí”. Asentí con la mirada y me dispuse a dejarme guiar.
Relajarme no fue difícil, yo ya tenía una cierta práctica sobre cómo hacerlo en diferentes posturas y también tumbado. Casi que lo único nuevo para mí, hasta ese momento, fue su exigencia de que la mirase a los ojos. Y la verdad es que ese sentimiento de mirar a los ojos de una desconocida, tan fijamente y en aquel ambiente velado y cargado del aroma de algún tipo de incienso, me complacía profundamente. Me hacía sentir sensitivo… y muy carnal.
De inmediato me percaté, a pesar de la reinante oscuridad, de que Noma era una mujer muy atractiva. Voluminosa y fuerte. Su semblante equilibraba la impresión de sólida soberanía corporal con el ofrecimiento de percepciones de delicadeza, pureza y ternura. Aquellos ojos grandes, castaños y transparentes, anunciaban sinceridad y le hacían juego a una melena poderosísima y enmarañada que casi le llegaba a la cintura. Emanaba de toda ella una imagen bíblica. Alguna antigua Sarah o Esther debía circular todavía por sus venas…
Entonces empezó a respirar con la boca muy abierta bombeando con brusquedad el aire desde el bajo vientre. Me pidió que le siguiese el ritmo y que entornase la mirada. Así lo hice. Al principio yo no sentía que nada fuese a pasar. Incluso me empezaba a plantear si estaba siendo víctima de una enorme tomadura de pelo. Aún así seguía cumpliendo sus órdenes. Total, fuera como fuera, me gustaba estar allí, respirando con ella. Sintiendo su aliento tibio alcanzarme tras atravesar las fronteras de sus gruesos y sensuales labios. Sabía que si seguía hiperventilándome aquello podría traerme alucinaciones pero… ¡y qué más daba!
Habrían pasado unos cinco minutos manteniendo un duro ritmo respiratorio cuando empecé a vislumbrar recuerdos con sabores especiales. Me llegaban imágenes del tiempo cuando, siendo yo muy jovencillo (no más de quince años), el maestro de kárate, al final de cada sesión apagaba las luces del “dojo” y, frente al espejo que cubría la pared frontal, nos hacía meditar en posición zazen. Me encantaban esos momentos de quietismo en que, con los ojos entornados, contemplábamos esas manchitas blancas que resumían nuestras jóvenes vidas enfundadas en inmaculados kimonos. Esas manchitas blancas que se nos devolvían a través de la penumbra y el silencio compartido…
Seguí respirando intensamente unos minutos más y fue entonces cuando, casi a punto de rendirme, comenzó a pasar algo realmente nuevo para mi. Sucedió tras el momento en que Mona me ordenó que relajase la respiración, que le diera un ritmo más suave y lento. También más superficial, pero sin perder el ritmo. Sentí entonces que su figura se me iba distorsionando. Era como si Noma flamease. La veía fluctuar entre su figura real y otras diferentes personas… ¡y animales! Sí, de repente me parecía una india amazónica, de repente algún extraño ser en un estado evolutivo anterior al hombre (No sé… Como entre una Cromagnon y una homínida) y, de nuevo, e igual de repentinamente, volvía a ser la que me había recibido. Luego, se reiniciaba el mini ciclo de transformaciones.
Entretanto escuchaba la voz de Noma como un eco lejano: “sigue, sigue”... Y yo seguí como pude intentando mantener el ritmo respiratorio que se me imponía hasta que en algún momento todo se paró durante unos instantes. La simia evolucionada había ganado la batalla. Ya sólo la veía a ella. Densa, peluda, olorosa… ¡Espléndida! Entendí, iluminado, que se trataba de la mismísima Noma y entendí que yo la estaba contemplando en una de sus vidas pasadas. Pretérita y ancestral. Algo debía estar fallando, me dije, pues se suponía que debía ser yo el que debía experimentar recuerdos… Sin embargo, ¡eso no eran recuerdos! Era ella la que había cambiado en aquella habitación y en ese momento ante mi atónita mirada.
Y había algo más... Trascendente... Me sentía amor en estado puro. Como fuera que fuese yo amaba aquella “bicha”. Tenía que atraparla. Tenía que abrazarla. Me la tenía que comer a besos… Debió comprender Noma en ese momento mis intenciones pues empezó a hacerme gestos despavoridos indicándome, apoyada en sonidos guturales incomprensibles, que me estuviese quieto, que me controlase. Pero yo no podía… ¡La amaba tanto! Empezó entonces a brincar por la habitación, pero la atrapé sin dificultad y ella cedió... Y enseguida pude sentir el dorso de sus vellosas manos acariciarme tibiamente la mejilla mientras que sus ojos luchaban por reprimir las lágrimas.
Sin palabras, pronto los dos supimos lo que nos estaba pasando. Tan sorprendidos y felices el uno como la otra, entendíamos que habíamos sido pareja en un mundo ya perdido en la noche de los tiempos. Y era maravilloso volver a estar juntos…
Todavía tengo en el recuerdo la atónita mirada de su marido cuando me vio abrir la puerta diciéndole adiós, portando a horcajadas, sobre mis espaldas, aquella enorme especie de orangután amoroso. Y recuerdo también, nítidamente, las miradas aterradas de unos niños que no podían creerse lo que vieron, poco después, al curiosear a través de una de las ventanillas traseras de mi antiguo “dos caballos”, aparcado en una de las zonas más oscuras del muelle viejo. Su curiosidad les había llevado a intentar averiguar que era aquello que hacía que aquel coche, supuestamente vacío, se moviera de semejante manera… Pero el coche no estaba vacío y no pudieron evitar convertirse en testigos involuntarios del acoplamiento más bestial.
Aquella noche, Noma y yo, decidimos subir a los bosques de las montañas. Allí, corrimos, saltamos, nos abrazamos, gritamos, chillamos, nos aporreamos… Hasta caer exhaustos en el refugio de una oquedad desde la que se entreveía bajo las estrellas la nocturnidad marina. Nunca había sido tan feliz.
Cuando abrí los ojos, empezaba a clarear el horizonte y Noma seguía acurrucada entre mis brazos. Pero volvía a ser la técnica en “Rebirthing”. La mujer enigmática y maravillosa que la tarde anterior me había dejado entrar en su espacio de trabajo. No quedaba ni rastro de su apariencia simiesca. No. La mujer dormida que estaba entre mis brazos era una joven mujer fuerte, hermosa y desnuda, que respiraba calmada y placenteramente. No supe que hacer, no quería despertarla, pero tenía miedo de que cogiese frío. Dubitativo me quedé unos instantes con la vista perdida en las velas lejanas que surcaban el mar ¡Horror! Eran cientos de velas de naves guerreras. Las naves que en septiembre de 1.229 invadieron la isla bajo las órdenes del rey catalán, Jaume I “el conquistador”… Y yo estaba allí y debía correr hacia Medina Mayurca para avisar al Walí.
Entonces le grité a Fátima que dormía a mi lado y al hacerlo las naves desaparecieron y Fátima se convirtió de nuevo en Noma. Le conté a ésta, sobresaltado y sobresaltándola, lo que acababa de ver y me respondió: ”tranquilo, seguro que en el estado alterado en que estás, has podido acceder a otra de tus vidas anteriores… Si vuelves a este lugar otro día con serenidad, tal vez puedas recordar tu vida en la Mallorca árabe…”
Cuando Noma se puso de pie, me abrazó en silencio y yo volví a experimentar mis sentimientos previos. No hacía falta que me dijese nada más. Sabía que ella ya deseaba volver a su casa con su marido. La acompañé al coche y la abrigué con una manta. En todo el trayecto no nos hablamos, ni nos miramos. Al llegar a mi casa, le bajé ropa de mi exmujer y, en seguida, la acompañé a la suya. Los latidos frenéticos de nuestras manos al deshacerse del nudo que las ataba es mi último recuerdo de Noma Nuño, noma nuño, nomanuño, no-ma-nu-ño… Dios mío ¡cuánto la amé!